Caminábamos hacia el castillo de Malahide, disfrutando del silencio oprimido de unos pasos que se mueven entre la hierba mojada... cuando ante este espectáculo de colores pedí a mi hermana que me contara su cuento preferido.
Sin pensarlo dos veces, ni carraspear ni nada, empezó a narrarme una historia que juraría haber presenciado antes, de niña. Sobre el prado que véis en la foto apareció un flautista y caminó junto a mí todo el tiempo, mientras la historia se iba desarrollando. Recordé el "cuenta cuentos" y nos animamos volviendo a imaginar los nombres de los personajillos más pícaros de aquellos relatos...
Mi abuelo grababa en cintas de vídeo todo lo que salía en la tele, para luego, quizá, no volver a verlo nunca más. Acumulaba películas, debates, documentales, y muchos cuentos para nosotros.
Y allí, bajando por aquel verdor infinito de Dublín, volvieron esas tardes de sofá y tele, en que miles de personajes disfrazados nos introducían en la fantasía en estado puro. Aquel tiempo en el que creíamos en las brujas, en hechiceros, en diablillos pícaros y en caballeros. Y vino la magia de nuevo, para acariciar, con la voz de mi hermana, aquel recuerdo escondido hace ya muchos, muchos años...