lunes, 30 de noviembre de 2009

En tierras soviéticas


Pesa sobre Polonia el plomo de la historia más reciente. Por las mañanas, cuando salgo al exterior de esta casa que aun no logro que concuerde con el determinante "mi", encuentro un cielo grisáceo, con ramalazos de tristeza más que de contaminación.
El ambiente de este país está cargado de un dolor persistente, que no desaparece con el paso de los años; cargado de una inocencia, resultado de la sumisión obligada, que no era más que la única vía posible de comportamiento tras la invasión alemana.
Los archivos históricos no son más que papeles, las notas en los libros que repasamos con nerviosismo cinco minutos antes de aquellos exámenes del colegio, no son más que escritos, notas, esquemas que suponían un tema perdido que había que estudiar. Las películas o los libros sobre el holocausto, sobre la Segunda Guerra Mundial sólo son fuentes de ingresos para unos pocos, que dejan a la sombra a las víctimas olvidadas de la pesadilla que sufrió este país.
Polonia vive a día de hoy en la cara oculta de la moneda europea. Nunca mejor dicho. Polonia es a día de hoy el último país, añadido a la cola de nuestra Unión Europea, a día de hoy aun no disfruta de la moneda común, no se ve sustentado a nivel económico ni sanitario como los países europeos a los que todos estamos acostumbrados.
Polonia resurge en esta historia de terror, de matanzas, de humillaciones premeditadas y de abandono. Y los que llegamos aquí, los que venimos de fuera, pensando que por haber leído unos cuantos libros y por haber visto cuatro películas sobre el Holocausto en nuestra infancia, sabemos todo, nos damos de bruces con nuestra ignorancia. Una ignorancia que duele y que en pocas ocasiones se nos ha presentado tan bochornosa.

Pasamos las páginas de nuestros libros de historia europea con una facilidad asombrosa, como si lo que hay escrito dentro no pesara. Como si esta situación de la que disfrutamos hoy en día fuera normal, como si nos mereciésemos todo cuanto tenemos. Estando aquí pesa. Pesa la historia, y el hollín de dolor y suciedad que se arrojó al aire durante aquella etapa oscura, encuentra cobijo en los rincones de las calles más siniestras.

Sólo estando aquí te das cuenta de la suerte real y física que tenemos los que tuvimos la suerte de nacer "después". Estar aquí es la única manera de descubrir qué ocurrió realmente, quiénes murieron y qué fue aquello que vieron por última vez.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Aterrizando...


Cuando el avión puso sus ruedas sobre la pista, hace dos meses, comencé a prever todo lo que esta aventura significaba. No sé si catalogarlo como aventura, en realidad no es una aventura continua. Una vez pasadas las primeras semanas en las que tuvimos que rellenar esa pirámide de Maslow, todo comenzó a asentarse, y empezamos a saber lo que era la rutina en Varsovia. Fue entonces, cuando la aventura cambió de nombre y eligió ese que encierra la cotidianidad en estado puro. Comenzó a llamarse: vida. Por lo tanto, puedo decir que llevo un mes de aventuras y otro de vida aquí. Aun hay amigos con los que hablo por primera vez después de dos meses,es entonces cuando se repiten todas esas preguntas básicas que ya no tengo muy claro cómo contestar. Al principio, cuando llegué, las cosas aquí me llamaban mucho la atención, me llamaba la atención los tranvías antiguos, el metro con tan sólo una línea, la variedad de productos realizados con arándanos, los girasoles repletos de pipas listas para comer.... la misma moneda en sí ya era una aventura. El uso de la tabla del 4 para hallar el precio exacto. Ahora, el nombre de las paradas del metro, en polaco, forman parte de nuestros días aquí. Al igual que las palabras básicas que jamás pensé que llegaría a aprender como si fueran mías. Todas esas personas de piel pálida y ojos claros son nuestros compañeros, que pasan desapercibidos en medios de transporte, pubs y calles. Ahora, cuando suena una canción española en la radio de cualquier tienda no permanecemos en silencio, saboreando cada palabra, olvidando que era la misma canción que aborrecíamos estando en España. La rutina va creciendo en nuestras vidas, como dije al principio. Y aumentan las ganas de volver a degustar la primicia, esa sensación de riesgo que se siente cuando estamos al borde de lo desconocido. Formé parte del bullicio que se coló tras esa puerta de Brandemburgo en Berlín, hace una semana, celebrando bajo la lluvia la caída del muro. Abracé con la mirada y el alma el Memorial a las víctimas del holocausto,dejándome llenar por la historia de esa gran ciudad. De momento, en dos meses, he conseguido sentirme pequeña a la entrada de dos grandes capitales. De momento, en dos meses, he sentido la pérdida de un ser querido, el amor incondicional y una libertad mezclada con nostalgia y con una nocturnidad temprana. ¿Es eso Varsovia?