jueves, 22 de marzo de 2012

Placeres

Como el de leer, el de no pensar en nada, el de cerrar los ojos y sentir sólo con los dedos.

Placeres como el de cervecear sin emborracharse, el olor a pizza recién hecha, un albariño detenido en la boca impaciente por ser tragado. Unas cosquillas en la espalda antes de dormir o el sol que da en la cara cuando sales a la terraza.

El silencio en un tejado. El soplo de aire frío al salir del portal, la luz que se apaga en la mesita de noche. 

Y me abandono al pensamiento de hacer-lo-que-me-dé-la-gana una vez más... aunque luego nunca pueda, aunque luego los placeres sean como para el resto de la sociedad, gotitas inesperadas en una tarde de primavera.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Lluvias de primavera y partidas varias.


Los desayunos relajados y acompañados. Con tazas grandes de leche y algunas bandejas donde elegir. Me gustan las huídas que llevan al mar. Las que conducen a miradores grandes y a sábanas que tiemblan por ser ocupadas.



Me gusta la música en el coche, las gotitas llorando sobre el cristal. Y los libros que se acaban entre los rayos de luz naranja de una tarde más, en otro hogar.
Luego está el Albariño, las almejas son salsas deliciosas, el pan de pueblo gallego. Las monedas que se esconden entre rocas de una taberna y las risas que pinchan en la barriga. 




Los viajes sirven para sentir que estamos ahí, y que estamos bien. Por eso me gusta llegar y notar que aun estoy leyendo ese libro, que no terminó hace unos días. Recuerdo desayunos y miradas, ropa que huele a sal, y tu abrazo bajo la lluvia. Incesante lluvia de primavera.

viernes, 9 de marzo de 2012

Desechos en los portales, en la cima de la montaña y en el camino. Latas que se oxidan, vidrios que esperan con paciencia ser protagonistas de incendios, provocar dolor a alguien que por allí pase. Bombillas, trapos descoloridos, sillas transformadas en nidos de plagas suicidas, bolígrafos que ya no escriben, libros imposibles de leer, condones que avivan el asco creciente. Aquel perfume que desechaste. Guantes rotos, la suela de un zapato difícilmente degradable. La fruta que no quisiste y también la bolsa donde la habías guardado. Un trozo de bocadillo que alguien dio por perdido, papel de plata mordisqueado por roedores ciegos. Tu educación y la de tu compañero. Tu sentido de la vida y del respeto, tu ímpetu vergonzoso y maloliente. 


Restos de vidas pasadas que llenan nuestras calles, nuestros espacios "naturales", los resquicios de las parcelas adinteladas a mitad de una construcción imposible. Residuos que alimentan el olvido de la vergüenza propia y la ajena. Terror por morir sepultados entre colillas y clínex usados. Y mientras tú te cansas de tu último abrigo, de aquel traje que compraste en un arrebato de infelicidad, los demás tragamos ese aire de consumo, de tu odio por la vida y de tu búsqueda incesante de valores, que jamás estarán escondidos bajo las modas que frecuentas. 

jueves, 8 de marzo de 2012

Despertares

Los recuerdos queman las manos y las cuerdas vocales. Hay mañanas que no me importa sentirme perdida, y otras que me busco sobre el desorden existencial y los platos sucios. 


Por fín encontré un bar donde perderme entre huesos y alcohol, y ahora lo que me falta es tiempo, para reaccionar, para vivir, para desaparecer.


Me rodeo de silencios, ecos, vagabundos de palabras, libros sin leer, congeladores llenos, y relojes que pasan rápidos, llamadas perdidas, fotos que desean ser quemadas, espacios invisibles. Me rodeo de tu sombra larga y pesada. Luego vuelvo a escuchar la canción y me dejo llevar, una vez más... sólo una vez más.

jueves, 1 de marzo de 2012

Hojas en el agua

Dejarse llevar... Eso dice una canción de Vetusta Morla que tarareo ahora mismo, a la una menos cuarto de la madrugada. Esa debería de ser una filosofía de vida, un concepto enseñado en el cole, y sólo es una asignatura que nos quedó pendiente a la mitad de la sociedad.




Dejarse llevar a veces es tan fácil como de entrada se puede imaginar. Pero sólo a veces, cuando tú misma te has visto conducida hasta el abismo, o cuando sientes el paso del tiempo y decides hacer algo para cambiar.


Me dejaré llevar en unos minutos, cuando me quede dormida con el libro abierto y la luz sin apagar. Y eso es lo que más me gusta del día, que por unas horas se pierde el control de la conciencia, de los pensamientos tenebrosos e inquietos. Me gusta desaparecer en ese momento en que buceo entre las sábanas sin sentirlas. Desaparecer y no sentir culpa, ni miedo, ni el estrés acumulado que persigue de forma constante. Desparecer sin más. Sólo eso.