martes, 18 de agosto de 2009


Y me apuro en ciertas horas del dia, en que no soy capaz de adivinar la luz de fuera. Me apuro hasta consumirme como una llama de fuego que vibra con debilidad antes de caer. Me empujan los recuerdos y las huídas pasadas, al infinito del abismo más remoto, a esos atardeceres que ya están rotos, a la morada deshabitada de los sueños que aun quedan por vivir.

jueves, 13 de agosto de 2009

Agua sobre mojado..


Llueve. Y la lluvia siempre arrastra a mi mente esa frase popular siempre acompañada de un sabor agridulce "llueve sobre mojado" y no sé si aplicarla a mi situación actual o dejarlo pasar, como dejo pasar tantas veces las ganas de escribir. El punto muerto del que os hablé se ha esfumado de momento. De hecho creo que la vida me tambalea con un poquito más de nerviosismo esperando alguna posible respuesta de mi cerebro que creía dormido. No sé si es la vida la que se entretiene en tambalearme, o más bien es el tiempo, que últimamente se desliza bajo mis pies como si fuese una carretera que sirve de alfombra a un coche que circula a doscientos por hora.


Voy a apartar las típicas frases de este espacio en blanco. Voy a apartar lo que solemos decir mientras preparamos un viaje, o cualquier otra cosa. Y me voy a mantener al margen de esa necesidad que sufrimos los humanos por enumerar la lista de cosas que nos quedan por hacer o las que llevamos hechas. Sencillamente voy a decir que me quedan muy pocos días en tierras españolas, y que a pesar de que el tiempo se empeña en situarse entre mi último viaje y yo, hoy me he acordado de él, de lugares y palabras, de olores y sobretodo de aquello que creaba mi mente alrededor de la historia no existente.


La lluvia a veces se nos torna traicionera. Y es muy curioso, que algo beneficioso para nuestra tierra y para nuestra salud nos empañe la mente de recuerdos pasados, de momentos que erróneamente creemos mejores que los presentes, y nos sumerja en el letargo dichoso que sufrimos cualquier día de resaca.

Aparto el móvil de la vista, me alejo de aparatos electrónicos que no hacen más que encenderse y apagarse, y me dejo llevar por la lana, como en esos largos inviernos en que me introduzco en la aventura de crear una colcha nueva. También me tengo que despedir de mis lanas y mis agujas, de ese rincón de mi cuarto en el que he acumulado una infinidad de ovillos. Me despido de la cocina, de mi cocina. Me dejo arrastrar por el placer que me produce encender varios fogones, marear varias cosas a la vez, oír ese crujir de la cebolla mientras se fríe en un aceite que gorgotea, como agua virgen en una fuente.


Día de comidas, de películas medievales que permanecían apartadas, esperando ser vistas con los primeros fríos. Día de recuerdos que nos demuestran que cada día somos más fuertes. Días de añoranza de un abrazo, ajeno a relaciones familiares, ajeno a comentarios y a palabras que traten de explicar unos actos impulsivos. Día de pensar en todo y en nada a la vez.


La lluvia me mece en un mojado 13 de agosto, y fuera de supersticiones, me acojo a este día como una planta que vuelve a nacer gracias a las gotas caídas. Como los niños que han salido a mi calle, sonriendo bajo la llovizna. Alegres de estar vivos.

domingo, 2 de agosto de 2009

En punto muerto


A una hora de alcanzar los 23, a dos semanas de emprender una ruta hasta Santiago, a un mes de vivir en Polonia. A punto de conseguir miles de sueños, de alcanzar valiosas metas con los dedos y sin embargo ese punto que separa la línea entre el presente y el futuro es inerte, muerto. Y presenta la misma vida en su representación de acontecimientos que transcurren en mis horas. Nunca tuve la sensación de que la vida se empeñaba en hacerme comprender algo, en que una y otra vez me mandaba mensajes para demostrarme algo, que en lugar de hacerme más fuerte, en esta época crítica y nauseabunda, me hace tambalearme cuando sonrío por haber alcanzado el equilibrio.


Me muevo como un vaso en una barra de un bar, de un lado a otro, sin dejar de girar, y cuando parece que va a cesar en su movimiento, cuando el alcohol de su interior simula estar quieto, llega un codo despistado y lo empuja, casi provocando su arrojo al vacío y un impacto brutal. Me tambaleo cerca del borde de un precipicio que conduce a cientos de colillas pisoteadas, huesos y servilletas que sirvieron de distracción en unos dedos nerviosos.


Trataré de sacar la voz desde el pulmón, vocalizar de la mejor forma que me sea posible y localizar las palabras claves "camarero, eche más alcohol", para que al menos, teniendo peso en mi interior, mi cristal sea más resistente a las manos descontroladas de los borrachos que asisten a este bar.