jueves, 17 de febrero de 2011

Foto: Mural del "Dulce hogar" en la Galería de la Reina. Bruselas

Me muevo en un barco con ruedas, sobre un asfalto mojado que refleja en su plenitud las figuras delimitadas por nubes grises.

Permanezco sentada, degustando el paisaje invernal que va transformándose hasta convertirse en Madrid. Al rededor de mi cabeza vuelan palabras de estructura cristalina, para ocultarse de los curiosos que viajan conmigo. Palabras deseando ser pronunciadas, escuchadas, enlazadas en un texto blanco, dibujadas con pinturas de colores, unidas para alumbrar otras nuevas...

No sé qué te diré cuando te vea en el andén. A pesar de que llevo más de cinco horas reuniendo letras con los dedos, entumecidos del frío. No sé si esta lluvia espesa podrá despejar mi mente confusa y cansada. Pero sé que quedan unos minutos y que he de seleccionar esas palabras, conjugar la sensación con el verbo y construir perífrasis para tí.

De repente llegas y sólo hay silencio. Así también se está bien... así, sin decir nada, sólo tu música llenando el espacio. Esto es mejor que hablar, pero ya, ya se me había olvidado.



lunes, 14 de febrero de 2011

Foto: Plaza del mercado de Bruselas.





Una vez, escuché, que en los adoquines se derrite el futuro de los jóvenes nocturnos.Que entre sus grietas oscuras y curiosas se entremezclan el olvido y el presente, la luz marchita de una ciudad que duerme y el frío áspero del invierno que sacude un nuevo amanecer. 

Escuché que no era posible escribir con el alma alegre, que los aviones que rascan el cielo siempre son enviados para dejar mensajes de amor, que muchos niños siguen contando ovejas para conseguir atrapar el sueño. Una vez alguien dijo que los domingos son días tristes, que el invierno arrastra depresiones y tristezas y que los abrazos regalados tienen un valor más elevado que los que se consiguen a través de peticiones repetidas.

Escuché que las personas que recurren al chocolate llevan una vida amarga y que aquellos otros que tienen pareja son dependientes empedernidos, vestidos de una inseguridad genética e incorregible.

Escuché que Bélgica era bonita, que volar en avión produce vértigo, que las luces de los bares nunca deben ser rojas y que los guantes no quitan el frío. 

Escuché tantas cosas... que decidí preparar el equipaje y volar hasta el otro lado de Europa, para saborear el chocolate, para añorar el mar y a tí. Me he ido muy lejos para sentirte muy cerca. Para tomar decisiones. Para no tener miedo cuando llegue el momento de partir. 

Y junto a tí saborearé ese chocolate amargo que quite un poco de dulzura a nuestros días. Me sumergiré entre tu manta y te susurraré las canciones que he aprendido e imitaré el ruido del viento que chocaba contra el avión de papel en el que volé muy lejos. 

Olvidemos lo que escuché. Comencemos a escribir con nuestra tinta y con las palabras que nos hagan construír nuevos transportes de papel...



Ya estoy de vuelta, duendecillos.