viernes, 11 de marzo de 2011

Mi lugar



Hace ocho meses que regresé de Polonia, y aun siento esta ciudad como cuando la volví a descubrir en julio. 

Granada tira de mí con fuerza, esté dónde esté. Si permanezco un tiempo fuera hay algo dentro de mí que la echa de menos con una brutalidad descontrolada. Es un sentimiento que se calma cuando vuelvo a pasear por el Albayzín y respiro las sombras de sus estrechas calles.

Entiendo que alguien pueda enamorarse de un lugar hasta la locura. Es un amor similar al que se siente por algunas personas, pero mucho más silencioso y personal.

Tomé esta foto el 4 de julio del año pasado. Paseaba con mi hermano desde mi casa hasta la Puerta del Vino a eso de las 9 de la noche, y percibí que hay pocas cosas más bonitas que un paseo al atardecer por la Alhambra, cualquier tarde de verano. Granada permanece aletargada bajo el calor de esos meses y se despierta con dulzura al entrar el frescor de la noche, contoneándose con la música de las guitarras de los primeros catautores. 

Los rincones de esta tierra encierran cerveza fría y ropas de colores, multiculturalidad entre los adoquines y tabernas amarillas que se sitúan en lugares de sombra desde muchos años atrás. 

Es fácil atrapar a la magia en este pedacito de sur, es graciosa y divertida, y le encanta ser el centro de atención. Todo el mundo la conoce.

El viento encierra canciones y poesías susurradas al oído, pasos apresurados que conducen a citas gitanas, amores furtivos, el sonido de los primeros besos, el pálpito de la luz del amanecer y el murmullo afilado del agua que alimenta al Darro, acariciando los pies de la Alhambra.

Entiendo la pereza que me consumía en Varsovia, la tristeza absoluta de su nieve y sus días sin sol. Soñaba con estar aquí. 

Siempre, soñaba con estar aquí.

2 comentarios:

Abigail LT dijo...

Precioso... :)

Anónimo dijo...

Tenía que decirlo...Muy bonito, pequeña duendecilla...