martes, 24 de enero de 2012

Hojas...



Me dejaba arrastrar sobre mi cuerpo plano y reseco por la estación. Los pies que por allí pasaban perfilaban mi silueta hasta el nivel de la peligrosidad que puede ser atrayente. Yo me arrojaba al vuelo incesante que producían las olas de un aire intermitente. 

Hacía días que había caído de aquel árbol dorado por el sol, y me resistía a abandonarme a la idea de ser aplastada, barrida, o convertida en cualquier juguete en la boca de un animal consentido. Así que me convertí en un pez que nadaba entre las losas del suelo gris; a veces era una rapaz, de esas que vuelan a ras del asfalto de la gran ciudad. 

Y me quise con mi madurez reseca y crujiente, acepté cada una de mis imperfecciones en los límites de mi ser, me despojé de angustias y de lamentos lejos de parecerme a otras compañeras de rama. Fuí hoja, porque era lo que había decidido ser. 

Fuí hoja durante aquel otoño en Madrid.

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