martes, 31 de agosto de 2010

De sillones va la cosa...


Hace un par de días mi tío Javi y mi madre llevaron a un tapicero algunos sillones que ya necesitaban un arreglo. Mi madre llevó un par de sillones muy antiguos de un verde pino impecable, y mi tío llevó el sofá y los sillones que habían decorado el salón de mi abuela toda una vida.

Antes de marcharse del taller de Pepe (así se llama el tapicero), mi tío le pidió que si encontraba algún pequeño papel o nota por entre el forro de los sillones, que por favor no se deshiciera de él. Probablemente sería alguna nota de mi abuela que ya habríamos dado por perdida. He de decir en este punto, que la casa de mi abuela era muy dada a guardar con gracia, pequeños tesoros en lugares que ni si quiera sabíamos existían.

Hoy por la mañana, mi madre y yo hemos ido al taller de Pepe para decidir la tela con que tapizaríamos nuestra parte de pedido. Éste nos ha ilustrado con su saber en la materia y hemos salido de allí entusiasmadas con el mundo de la tapicería. Catálogo tras catálogo nos ha explicado de qué forma hay que doblar la tela para según qué tipo de silla, nos ha enseñado en vivo y en directo cómo algunas telas repelen el aceite y cómo otras son incapaces de arder (a pesar de insistir con un mechero repetidas veces). Luego, tras la intrusión de un perro en el taller, el tema ha pasado a animales de compañía, a hijos, a familiares y las cosas de la vida, alegrías, penas y demás. El taller de un tapicero es un buen lugar para conocerse a uno mismo.

Después de pagar al bueno de Pepe y casi con un pie puesto en el umbral de la puerta nos ha llamado alzando la mano.

- Casi se me olvidaba, y mira que lo tenía guardado para dároslo al principio...- Pepe ha rebuscado en un pequeño bolso de mano y ha sacado una caja diminuta color verde. Mi madre y yo mirábamos expectantes. - He encontrado este pendiente al quitar la tela de uno de los sillones de Javier.

En la mano de Pepe, un pendiente de mi abuela. Dos perlas y algo que parecía oro componían un adorno que juraría haber visto muchas veces en su oreja. Más de siete años llevaba este objeto esperando a ser descubierto. Cuando lo he tenido en la mano, no he podido evitar sonreír y algunas lágrimas han impedido poder pronunciar palabra. "Algo más de ella, aún sigue aquí", le he susurrado a mi madre, y tras agradecerle su amabilidad mi madre y yo nos hemos incorporado de nuevo al mundo. A ese mundo que se sigue moviendo, lejos de telas, de sillones y de palabras.

2 comentarios:

Abigail LT dijo...

Precioso.Me emocionaste. Te quiero.

Unknown dijo...

Descubrí hace poquito tu blog y no puede evitar leerme desde la primera a la ultima entrada. Felicidades escribes genial.