jueves, 11 de febrero de 2010

El poder de las llamadas


Acabo de recibir una llamada de mi hermana. Hoy, que desde que abrí un ojo y salí de este sofá (al que los polacos insisten en llamar "cama") ví que de nuevo, aquí, extrañamente, estaba nevando, y no ha dejado de nevar hasta la hora exacta de las 20.49, como bien marca mi reloj.
Nieva, no deja de nevar en todo el día. Y esas sensaciones de "agradable", "acogedor", "maravilloso" que siempre acompañan al término "nieve" desaparecen cuando todo está completamente blanco más de un mes. En estos días las esperanzas desaparecen y algunos de nosotros pensamos en organizar una despedida oficial del sol y del cielo azul en general.
A las 5 ya es de noche, así que por recoger más datos y precisar el momento exacto en el que os quiero situar, estaba sentada en el sillón, "navegando" un poco (término que adoran aquellos que acaban de iniciarse en internet) y pensando qué sería lo siguiente entretenido que podría hacer antes de ir a dormir; cuando, de repente, ha sonado el teléfono. Era mi hermana.
Y de esa forma misteriosa que sólo se produce con las personas que sentimos más cercanas, nos hemos introducido en una conversación de risas, de historias pasadas y futuras y de miles de cotilleos que han desembocado en gritos, risas y bromas.

Mi hermana ha comenzado a hablarme de Madrid, de su gente, de bares y de vino, de trabajos perdidos en oficinas enormes, rascacielos. Me ha hablado de bolsos hippies, de cenas orientales, de listas en las que aparecen miles de cosas que cumplir, de verano. De verano en España, de costas del sur... y en un momento me he trasportado a todos esos sitios. He caminado por Madrid, enganchada de su brazo, observando sin pestañear las luces de la Gran Vía. He llegado a Cádiz, he bajado de un coche y he metido los pies en el agua salada. He tomado el sol, y he sentido esa luz que se filtra como roja tras mis párpados cerrados. He caminado descalza hacia bares cerca del mar.La he abrazado aquí en Varsovia y allí en Madrid.

Al colgar he vuelto de nuevo aquí, a este sofá-cama polaco y a este rincón camuflado bajo la luz de un flexo. Pero permanece en mi alma la sonrisa, producida por un viaje de media hora a lo ancho y largo de nuestro país. Permanece su voz cristalina, casi como si ella estuviese a unos centímetros de mí, su olor y su luz. Y aunque sólo han sido treinta minutos de conversación...me siento mejor.
Hoy, ella, ha alegrado mi día blanco.

No hay comentarios: