Tejas que aparecen entre colores suaves. Cerámicas que recuerdan lo que un día fue. El entorno es un valle de un verdor exasperado y de un olor a cítrico y a jazmín. De fondo el ruido de las voces emanadas y el clamor del silencio por subsistir.
Aparece la necesidad de estar sola entre tanta compañía sobrecargada de domingo. Yo me olvido en el viento que rodea el paseo y en la mano llevo una bolsa con limones y naranjas. Las hojas se mueven sin ningún compás y pasan coches tras de mí, como gritando desesperados para evitar la evasión.
Hay lugares indescriptibles, y luego está éste.