sábado, 7 de julio de 2007

A pocos kilómetros...

Estoy disfrutando unos días en mi pequeño gran paraíso.
Desde hace una semana, me he instalado en una casa que mis padres tienen cerca de La Sierra de Huétor.
Es una casa que tenemos desde hace 17 años, y que mi madre ha decorado con exquisito gusto y tacto, y en la que hemos encerrado multitud de recuerdos vividos allí.
Ese lugar ha sido nido familiar para acoger fiestas navideñas y lugar de reposo para veranos cálidos y lentos.
El lunes llegué allí con Leo y Golfo, y llevamos unos diitas acostumbrándonos a los días allí, a las tardes de calor y a los ladridos de los perros de siempre. Pero algo que me extraña en extremo, es que a medida que paso allí veranos los días se me pasan más rápidos, y a penas me detengo a mirar el reloj. Con la caída de la tarde, me percato de que otro día pasa fugaz, y hay que ir realizando los preparativos de la noche.
Es un lugar idóneo para dedicarse a la lectura, la cocina y las tareas del campo. A menudo realizo tareas manuales pintando sillas, o cosiendo manteles, poniendo botones o pintando camisetas. Es un lugar estupendo para avandonarse a la paz de la naturaleza, para dejarse llevar por los ruidos que arrastran las gentes del pueblo y los animales domésticos que pasean libres por el campo.
Mis perros ladran con alegría y duermen en el patio, corren sin cesar y juegan. Se alimentan de hierbajos y pienso y se arrastran entre los matorrales casi mostrando una sonrisa en sus hocicos.

A veces, dejándome llevar por un aire de nostalgia que acarrean vidas pasadas, me encierro en la cocina y guiso, preparando platos deliciosos en el horno, y cuando en toda la casa planea un olor sabroso preparo una mesa con velas y flores, con agua y pan caliente.
Nuestra mesa siempre se rodea de mucha gente, como en los antiguos monasterios, y las camas siempre estan preparadas, como posada para aquellos que quieran descansar.
En mi casa las losas de barro cuentan secretos a los visitantes, descubriendo momentos allí vividos.

Y huele a verdor, que se inhala y se siente, siendo el gran tesoro de un paraíso particular. Un paraíso en mi Granada.

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